viernes, 4 de febrero de 2011

¿Dóde están las cacerolas?

Parece que la crisis en la que nos vemos sumidos no tiene fin, pero no es así. Terminará, como todas. Y después vendrán épocas de mayor bonanza económica y prosperidad, que nos permitirán olvidar los malos momentos actuales y volver a confiar en nuestro futuro, o en el de nuestros hijos. Podremos, incluso, plantearnos vivir por encima de nuestras posibilidades reales, como hicimos últimamente, y permitir que un grupo cada vez más crecido de iletrados y analfabetos morales vivan de nuestro esfuerzo sin pagar las consecuencias de lo que han hecho y, sin duda, volverán a hacer. Es más, es posible incluso que la próxima vez sean extranjeros, eso sí, extranjeros nuestros, de nuestra bienamada Unión Europea, los que organicen la Gran Bacanal de celebración de los efímeros triunfos a los que nos tiene acostumbrados la política.
Siempre ha pasado y volverá a pasar.
Pero España es un país peculiar. Como se suele decir, "o todos los días a Misa, o a matar al cura". Y esta evidente dicotomía es la que permite situaciones, que se han venido repitiendo en nuestra historia política reciente, en las que cobra mayor importancia la memoria de lo acaecido que las medidas necesarias para que no se repita. Y por eso nos preocupa más las guerras lejanas y las injusticias del mundo que la situación real en que nosotros mismos nos encontramos, por lo que no dudamos en reaccionar al más mínimo estímulo venido de lejos, a la vez que olvidamos lo más cercano.
Pues bien, la realidad de lo más cercano es qué, pese a quién pese, y al margen de retorcidas palabras que solo permiten perder el tiempo, la realidad es que disponemos de una clase política que, lejos de velar por la continuidad del bienestar común, basado en un modelo democrático establecido sobre el pilar fundamental de la separación de poderes, no ha dudado en estos últimos 40 años en liquidar a Montesquieu, abrazando el buenismo de Rousseau y eliminando cualquier posible sensación de seguridad que el ciudadano pueda tener. La policía está al servicio de la clase política gobernante, la Judicatura depende de nombramientos políticos, y el Poder Legislativo es cautivo de un sistema de distribución de poder que permite que un territorio pueda poner en jaque a una Nación, con sus propias armas. Ello ha derivado en un sistema en el que, sin ningún pudor, se mercadea sobre la estabilidad y el bienestar de la sociedad, convirtiéndose en posibles cosas que, hasta hace bien poco, eran impensables y, todavía, ajenas al sentido común.
Ahora vemos cómo, lejos de avergonzarse de lo que han conseguido, vuelven sus ojos ávidos hacia el pueblo llano, el único reducto donde, sin consecuencias, pueden seguir obteniendo el dinero necesario para mantener sus cuitas y prebendas. Piden comprensión a  la vez qué, sin conmiseración alguna, arrancan los últimos granos de bienestar que puedan quedar, sabedores de que tienen la sartén por el mango.
Estamos condenados a seguir pereciendo uno a uno, mientras consigan mantenernos separados entre “los que van a Misa y los que matan al cura”.
Por todo ello, hoy me pregunto dónde está la rebelión cívica que apoyo a Miguel Angel Blanco, qué rechazó la guerra de Irak, en fin, ¿dónde están las cacerolas?

jueves, 20 de enero de 2011

"Estos son mis principios pero, si no le gustan, tengo otros"

A vueltas con los pinganillos del Senado, me he acordado de esta frase del nunca suficientemente recordado Groucho Marx. Es impresionante, para cualquier ciudadano medio, si es que aún queda alguno en este país, el nivel de alejamiento de la realidad diaria y futura que exhiben los insignes integrantes de la casta política que nos gobierna. No es una cuestión de no querer entenderse, ya qué, cuando así les interesa para blindar sus ingresos futuros y asegurarse una dorada jubilación, se entienden perfectamente. Tampoco es una cuestión de "defensa de las minorías lingüísticas", ya que bastante nos ha costado a todos pagar y entender lo que se ha hecho en algunas Autonomías al respecto. No es, en absoluto, una cuestión de educación, ya qué, por lo que a mí me enseñaron, la Educación es lo que nos permite comprender al prójimo, a la vez que tratarlo con la consideración que todos merecen. Lo que "nuestras señorías" han hecho es, precisamente, perder la consideración que nos deben, llegando a un acuerdo por el cual han decretado que "no se entienden" a sí mismos, y son incapaces de esforzarse lo más mínimo ni siquiera para evitar lo que, sin duda, es un espantoso y ridículo espectáculo. El insulto que supone afirmar que no costará más dinero es ya lo de menos, sabiendo cómo hacen las cuentas con el dinero ajeno.
Por todo ello, me remito a mi creciente GrouchoMarxismo, por lo que, "disculpen, 'mis señorías', si no me levanto"

domingo, 19 de diciembre de 2010

"Algo huele a podrido, y no en Dinamarca".

En una ocasión alguien me dijo que, en la carrera de Derecho, lo primero que te enseñaban era que "la verdad está sobrevalorada". Pero lo de hoy ya ha sido el colmo: en una sentencia judicial se recoge la siguiente afirmación textual: "la verdad periodística no tiene por qué coincidir con la verdad judicial, de la misma manera que ésta no coincide a veces con la verdadera realidad de los hechos".Estas palabras suponen la caída oficial del último refugio que existía para la verdad. Si bien es cierto que todas las opiniones deben respetarse, y que todos los hechos son interpretables en función del observador, ello no puede desembocar en la posibilidad de tergiversar los hechos privandolos de su naturaleza real. El hecho de que un juez admita que puede no estar juzgando la "verdadera realidad de los hechos" supone el reconocimiento implícito de que el sistema judicial no funciona. Lo correcto sería que el juez estableciese la "verdadera realidad de los hechos" y cada parte defienda sus intereses de la mejor manera posible. Posiblemente, la mayoría de los magistrados así lo intenta hacer, pero el mero hecho de que exista la posibilidad indica que el sistema debería estar en cuarentena, como poco. Si a ello unimos la evidente falta de independencia del Poder Judicial, el panorama es desolador, ya que, independientemente de quién ocupe el Gobierno de País, su influencia perjudicará el control que los poderes del Estado deben ejercer entre ellos.
En fin, "algo huele a podrido, y no en Dinamarca".

miércoles, 15 de diciembre de 2010

¡Pues vaya una cosa, me diréis!

Bueno, el objetivo de la creación de este blog es, sencillamente, tener un espacio donde escribir las cosas que me van pasando por la cabeza a medida que me desplazo por la vida. No es el objetivo gustar a nadie. Ni tan siquiera disgustar. Se trata de exponer pensamientos y, si a alguien le interesa, recibir comentarios que me ayuden a interpretar las cosas que observo desde puntos de vista diferentes.
Siempre he sido reacio a este tipo de iniciativas. Siempre he pensado que internet dejo de ser una excelente herramienta de trabajo para convertirse en una extensión de la mediocridad física que nos rodea habitualmente. Pero últimamente he conocido gente y casos que me devuelven cierto grado de esperanza, esperanza de que se puedan generar verdaderas islas de reflexión y colaboración desinteresada en este mar cibernético que cada día nos condiciona más.
Es inherente a la sociedad en la que vivimos el que todo esté matizado por intereses, más o menos confesables. Pero la comprensión de este hecho no puede servir para justificar cualquier cosa. Todos caemos alguna vez, o muchas, en ese error. Hemos llegado a la costumbre de percibir la realidad de las cosas sin el adecuado filtro moral o ético con el que debieran ser observadas, pasando de la taciturna aceptación de la injusticia a la reacción más exacerbada, dependiendo de la forma en que se nos presentan las cosas y no por lo que realmente son. Es necesario un componente atroz para que las almas respondan de un modo único ante cualquier evento, y eso no es bueno.
Ante la falta de reflexión, lo habitual se hace normal, perdiendo la capacidad de regeneración de la propia sociedad, que acaba cambiando la norma para adaptarla a la falta. Tanto es así, que incluso las leyes, que son el reflejo de las normas que una sociedad se da, acaban flexibilizandose en función de la aceptación social de las faltas, incluso, en ocasiones, se abre la puerta a la ingeniería social con el proceso inverso. Es decir, flexibilizar la ley para provocar la mejor aceptación de la falta, dando lugar a situaciones que, no por menos graves, resultan pintorescas.
Bueno, espero que estas divagaciones (sí, lo reconozco) sirvan como presentación de lo que pretendo con este blog: "decir lo que pienso de las cosas"